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Un 'barajón' para caminar por la nieve, lejano antecedente de los esquíes, pieza del mes de diciembre en el METCAN

Con el comienzo de diciembre y la llegada de las primeras nevadas a las zonas montañesas de Cantabria, el Museo Etnográfico de Cantabria (METCAN), con sede en Muriedas, ha elegido como 'Pieza del Mes' un objeto muy en consonancia con el periodo invernal, tanto por su utilidad como por su producción.

Nos referimos al conocido en Cantabria como 'barajón' o 'badajón', antecedente directo de los esquíes; se trata de una especie de raquetas que eran empleados para caminar sobre el terreno nevado, motivo por el que se han usado especialmente en los valles altos de Cantabria (Véase foto de esta noticia)

UN POCO DE HISTORIA

Con respecto a su denominación, existe una amplia terminología para referirse a este artilugio dependiendo de los territorios: barallones, barahones, marañones, barreras...

Sobre el inicio de su utilización, algunos autores han señalado las posibles semejanzas entre los signos cuadrangulares de las manifestaciones rupestres de la cueva del Castillo (Puente Viesgo) o la de Altamira (Santillana del Mar), con ciertas imágenes de raquetas para andar por la nieve o trineos.

Lo cierto es que, al margen de estas interesantes observaciones,  los barajones cuentan con un largo pasado de existencia. Hay que remontarse a la Prehistoria para encontrar los primeros vestigios de raquetas hace unos 6.000 años en Asia Central, donde parece que se inventaron. Posteriormente, pasarían a América del Norte a través de los pueblos que cruzaron el estrecho de Bering.

Otra hipótesis sobre su origen y difusión, podría ser la admitida  como respuesta lógica del ser humano a un problema semejante en lugares diferentes,  en este caso, poder caminar sobre la nieve  aumentando la superficie de apoyo para no hundirse.

Entendemos así, que este sistema esté presente en amplias zonas del Hemisferio Norte de nuestro planeta, donde se hacía imprescindible en los desplazamientos y especialmente para  la caza, tan esencial para la supervivencia del grupo humano. El norte de la Península Ibérica, no ha sido ajeno al uso de barajones.

Concretamente en Cantabria, fueron utilizados en zonas montañosas del Valle del Pas, Campoo, Cabuérniga, Polaciones o Liébana, entre otras. Necesarios fueron incluso para abrir sendas durante la trashumancia o para salvar a los animales atrapados en la nieve.

Los barajones, por su forma, al contrario que los esquíes tradicionales, no permitían realizar descensos ni trasladarse de un lugar a otro a gran velocidad.

Es por ello que, como afirma García-Lomas en 'Los Pasiegos', su función era meramente de servicio en casos de necesidad, cuando las vías principales y los caminos dejaban incomunicadas a las poblaciones entre sí.

En Cantabria, fueron mayormente utilizados junto con las albarcas, otro calzado tradicional muy extendido en las áreas rurales. Como señala Cotera, se pueden diferenciar tres tipos: "macizos con tres agujeros por los cuales se meten los tarugos de las albarcas; de listones unidos por travesaños y, por último, los hechos con un solo palo de avellano curvado en forma de cebilla con travesaños internos"

En determinadas zonas, como Polaciones, el barajón, adquiría la peculiaridad de ser más ancho por la parte delantera que por la trasera.

La albarca se amarraba acoplándose los tarugos en las cavidades existentes entre las tablas transversales del armazón del barajón; llevaban además incorporados una fuerte correa de cuero con la finalidad de sujetar tanto el pie, como el tobillo.

Algunos barajones de listones con travesaños, presentan las puntas delanteras hacia arriba. En localidades como Hoz de Abiada (Hermandad de Campoo de Suso), para ayudarse a caminar sobre la nieve, se utilizaba la rodana, consistente en un palo con un disco de madera cerca de la punta, muy parecido a un bastón de esquí.

En algunas comarcas, los barajones eran también incorporados a los animales, especialmente a los caballos, aunque con una forma más rectangular y unas aperturas en la madera de mayor tamaño para adaptarlas a la pezuña del animal. Igualmente, con el fin de evitar que la nieve se pegara, frecuentemente se aplicaba sebo o cera a la madera.

La razón por la cual en los barajones se intente eliminar la mayor parte de peso posible, dejando en medio de las tablas amplios huecos o empleando ramas retorcidas, es la búsqueda de ligereza para caminar. Por el mismo motivo, para su elaboración, se precisaban maderas ligeras y resistentes a los golpes y a la humedad, como el abedul, al igual que sucedía con la albarca.

Las maderas que habían de emplearse se talaban y cortaban desde noviembre hasta la mitad de enero, tiempo en el que el  árbol no segregaba savia, usándose la parte del tronco más cercana al tocón por ser la de mayor calidad. 

Los barajones más utilizados en Cantabria, están formados por dos tablas de madera, curvadas hacia el interior, unidas entre sí por tres travesaños, a través de los cuales pasan las tiras de cuero con las que ajustar la albarca. De nuevo, cuando las condiciones adversas lo requieren y hay que dejar de lado el calzado habitual, vuelve a surgir el ingenio y la funcionalidad.

Ya en época reciente, con la práctica del esquí como deporte, en Liébana y Campoo se han adoptado una especie de 'esquíes-albarcas' caseros, de madera, de elaboración más o menos tosca, sobre los que se han adaptado unas albarcas, sin tarugos ni pies, sujetas firmemente a la tabla o, en otros casos, enganchados con un perno que permite la movilidad de la parte posterior de la albarca hacia arriba.

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Un 'rastro' de madera y hierro, apero de labranza usado en la 'Cantabria rural', pieza del mes en el METCAN

El Museo Etnográfico de Cantabria (METCAN), con sede en Muriedas, se 'prepara' para la inminente llegada del otoño eligiendo como 'pieza del mes' en septiembre un rastro, clásico apero de labranza de la Cantabria rural. Y es que como dice el Museo "hay que ir pensando en preparar la tierra para la siembra mediante el arado, el desterronamiento y el abonado de la misma"

Y entre los aperos y herramientas empleados para llevar a cabo estas labores se encuentran principalmente, arados, layas, azadas, azadones, sarcillos, porras o gradas. A estas últimas, que en Cantabria se las conoce con el nombre de 'rastros', dedica el Museo etnográfico de Cantabria el mes de septiembre. Con él se quiere dar vida, una vez más, a uno de los aperos de labranza, que se custodian en este espacio, todo un tesoro de saber ancestral que se ha mantenido a través de los siglos hasta la llegada de la industrialización.

El rastro elegido, y que puede verse en la foto de esta noticia, posee 310 cm de altura, y 101 de anchura. Su grosor es de 31 cm

Es un armazón de madera, cuya función era desterronar (desmenuzar) la tierra después de arada, compuesto por dos largueros unidos por dos travesaños próximos a los extremos y atravesados en su centro por la parte inferior de la vara (timón), a la que se ha dado forma plana para posibilitar el ensamble de las piezas; para reforzar la unión, se han dispuesto dos tablas, una a cada lado de la vara, en forma de horquilla.

El clavijero tiene cuatro agujeros para introducir el "pino" (clavija). Los largueros están atravesados transversalmente por doce púas de hierro y un agarradero, en forma de bastón, que hace también las funciones de púa.

Un poco de historia

Se comenzaba por arar la tierra, en el caso de que el terreno ya hubiera sido dedicado al cultivo. Lo más habitual, cada vez que se pasaba la reja, era proceder a desmenuzar los terrones que se formaban, trabajo que requería el empleo de métodos de tracción animal como es el caso del rastro, aunque en ocasiones se empleaba la fuerza motriz del hombre desterronando con la azada o la porra, dependiendo de la dificultad, el tipo de suelo o la disponibilidad de animales de tiro.

Esta pieza consiste en una plataforma de madera con púas, también de madera en su origen y posteriormente metálicas, que se arrastraba por la tierra con el fin, ya mencionado, de desmenuzarla  y allanarla una vez arada. Igualmente, podía servir para cubrir la simiente o el estiércol destinado para abonar.

De nuevo, la materia prima empleada va a ser la madera, una de las más abundantes y aprovechadas en Cantabria desde tiempo inmemorial,  lo que facilitará su fabricación artesanal por los propios campesinos durante los tiempos muertos de los ciclos agrícolas. 

Los únicos elementos de metal que tiene el rastro serán los clavos que van unidos al timón y los dientes o púas, de ahí la importancia de la figura del herrero, personaje relevante en el mundo rural, que complementaba los aperos, herramientas y otros utensilios necesarios para la vida cotidiana de la comunidad.

A lo largo del tiempo y según las zonas, la variedad tipológica  de rastros ha sido muy variada. Como nos dice Mingote Calderón "...Desde el simple tronco o una serie de ramas sobre las que se coloca una piedra hasta rodillos de piedra o madera  (con o sin dientes los últimos), y lo que es más normal, armazones de madera con dientes en su parte inferior o armados de varas entretejidas o sin ningún tipo de aditamento. La introducción de gradas metálicas de origen industrial ha unificado tipos, al ser copiadas desde hace tiempo por herreros locales"

No están muy claros los orígenes de este utensilio. Su empleo y aumento de uso es evidente en la Edad Media. Con anterioridad a esta fecha, no parece que podamos hablar del rastro como tal, con púas en su armazón, hasta los romanos y solo a partir del siglo I d. de C. Al igual que la mayor parte de los aperos utilizados en la Edad Media, apenas sufrirá variaciones hasta los inicios de la mecanización que, en Cantabria, al igual que en otras muchas zonas de nuestro país, no llegará hasta casi mediados del siglo XX, dándose un paso decisivo en la modernización de la agricultura, con la consiguiente mejora de los cultivos y el ahorro de esfuerzo físico, factores entre otros, que supusieron un avance considerable de las condiciones de vida del campesino montañés. 

Una vez más, el ingenio y la destreza física del hombre, el conocimiento y la sabiduría transmitida a lo largo de muchos años de experiencia, serán los protagonistas de este apero que, junto con la fuerza animal, han permitido al labrador preparar sus tierras para la sementera.

No queremos acabar esta breve reseña sin mencionar una de las referencias que se tienen del rastro en relación con el mundo de las ideas y creencias que forman parte del patrimonio inmaterial de Cantabria. Nos referimos a su relación con alguno de los seres mitológicos que pueblan los relatos y leyendas de nuestras aldeas: las sirenas. Es García Lomas quien recoge de Escagedo Salmón, una referencia, en un escudo nobiliario, de un rastro tirado por bueyes atrapando a una sirena: "Fáltanos, por habernos fallado todos nuestros intentos para su localización, el escudo "Pumarejo y Liaño.  (De Cayón y Sobarzo). Azul, cruz de oro floreteada y al pie de ella dos bueyes que tiran de un rastro, y en él está un hombre que saca una sirena por los cabellos de entre otras que están en agua del mar; el hombre, desnudo, con unos pañetes como si saliera del mar, él y los bueyes salieron llenos de conchas de oro, y al pie de la cruz también conchas"

La asociación con estos personajes no sólo es propia de Cantabria. A lo largo de todo el norte peninsular y en algunas zonas de Portugal, se tiene constancia de esta asociación de las gradas o rastros con seres mitológicos, o con las cuevas y el mundo subterráneo, dentro de un complejo mundo de simbolismos y supersticiones.

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Una 'calabaza de peregrino', pieza del mes de julio en el Museo Etnográfico de Cantabria

Con motivo del 'Año Santo Jubilar Lebaniego' el Museo Etnográfico de Cantabria con sede en Muriedas presenta una 'calabaza de peregrino' como 'Pieza del mes de julio', una especie de cantimplora de origen natural estrechamente ligada al mundo de la peregrinación y a los peregrinos (véase la foto de portada de esta noticia)

La Comunidad de Cantabria está dentro del Camino del Norte, uno de los más antiguos caminos de peregrinación a Santiago de Compostela; no obstante, lo que hace más singular a Cantabria en este contexto, es el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, lugar donde se conserva desde hace más de mil año, el mayor fragmento de la Santa Cruz, reliquia venerada por toda la Cristiandad.

Fue Santo Toribio, en el siglo V, el encargado de traer desde Tierra Santa hasta León, el Lignum Crucis. Siglos más tarde, posiblemente a finales del siglo IX o principios del X, pudiera ser que al trasladarse el cuerpo del obispo de Astorga hasta el entonces conocido como Monasterio de San Martín de Turieno, llegaran también las reliquias que éste se trajo de Jerusalén, siendo la más insigne y distinguida el Lignum Crucis.

Hasta este lugar recóndito, atraídos por la reliquia, los peregrinos que recorrían el camino del norte o de la costa, al llegar a San Vicente de la Barquera, se desviarían para tomar el camino lebaniego, también llamado camino 'cruceno' o 'cruceño' hasta llegar al lugar devocional del Monasterio. Esta práctica ancestral, sería ratificada  merced a la bula otorgada por el Papa Julio II en 1512, por la cual concedía al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, la categoría de lugar santo de peregrinación,  para ganar el jubileo y obtener el perdón por los pecados.

En los símbolos e iconografía que con mayor frecuencia representan la imagen del peregrino, no falta nunca, además de la vieira y el bordón, la calabaza que les acompañaba en su largo viaje. Económica, práctica y ligera, era utilizada como cantimplora, añadiéndole un corcho para cerrarla y una cuerda atarla a la punta de su bordón.

Desde tiempos antiguos, la calabaza se ha usado en los países más dispares del mundo. Su función no ha podido ser más variada. Una vez vaciada y seca, se ha utilizado para satisfacer las necesidades domésticas y muchas han sido también las culturas en las que se ha empleado con fines rituales. Según sea su forma, ha servido para  transporte de líquidos, de semillas en época de siembra, como recipiente para alimentos o para guardar pólvora, e incluso se ha empleado como instrumento musical o como flotadores en redes de pesca; con algunas de las partes de su cuerpo, se han elaborado cucharas, cucharones...

Su uso está muy extendido por América Latina, en amplias zona de Europa y toda la costa del Mediterráneo, que habría servido como vehículo de difusión, existiendo una amplia terminología para designarla.

La calabaza de peregrino, también llamada calabaza vinatera o calabaza de agua, es la perteneciente a la especie Lagenaria siceraria, de la familia cucurbitácea, que posee un estrechamiento en el centro, que facilita la sujeción.

Los expertos no se ponen de acuerdo para determinar su origen y cómo ha llegado a nuestras tierras, pero esta especie subtropical suele aparecer en zonas de clima templado evitando principalmente las zonas frías.

Para poder utilizarse, la calabaza ha de pasar por un proceso de elaboración que consistía en extraer la pulpa y las semillas. Para el curado, dos son los procedimientos más extendido que, a modo de resumen consisten en: enterrarlas (desde septiembre, época en la que se arranca el fruto, hasta marzo), o bien, dejándolas secar.

Del uso común que se hacía de este particular objeto para transportar líquidos, da cuenta el Quijote:

"Si vuesa merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo..." (CERVANTES, M., pp.325-6)

FICHA CORRESPONDIENTE A LA PIEZA DEL MES DE JULIO EN EL MUSEO ETNOGRÁFICO DE CANTABRIA (METCAN), A LA QUE HACEMOS REFERENCIA EN ESTA NOTICIA:

INVENTARIO: CE00484

CLASIFICACIÓN GENÉRICA: Ajuar doméstico; Alimentación; Transporte

OBJETO: Calabaza (vinatera)

MATERIA: Corteza de calabaza

DIMENSIONES: Altura = 24,5 cm; Diámetro máximo = 17 cm

DESCRIPCIÓN: Calabaza vaciada formada por dos abultamientos superpuestos; el orificio de la parte superior se emplea para verter los líquidos. En el estrechamiento que presenta a modo de "cuello" se han atado unas cintas para poder colgarla.

USO/FUNCIÓN: Contener líquidos (agua, vino).

LUGAR DE ADQUISICIÓN: Hermandad de Campoo de Suso

FECHA DE INGRESO: 1970

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Un 'frontil', complemento que cubre la testuz de vacas o bueyes, pieza del mes en el 'Museo Etnográfico de Cantabria'

Dentro del 'homenaje' mensual que el Museo Etnográfico de Cantabria, con sede en Muriedas, tributa a diferentes piezas, complementos, utensilios, como forma de reconocer y poner en valor nuestro patrimonio cultural e histórico, este mes de mayo se ha apostado por un 'Frontil', una pieza singular, muy característica en una región donde las dificultades del terreno y las faenas agrícolas, impusieron unos determinados aperos y medios de transporte de los que esta pieza fue complemento imprescindible, al requerir la fuerza animal de parejas de bueyes o vacas 'duendas'.

En Cantabria, el material empleado generalmente  es el cuero al que se puede incorporar pasamanerías y borlas de colores, elementos encargados de espantar las moscas, siendo los más elaborados y ornamentados los llamados frontiles de gala utilizados en las ferias y en los concursos de arrastre.

El frontil elegido 'Pieza del Mes de mayo' en el Museo Etnográfico (y que podemos ver en la foto de esta noticia), de 'borlas', es de fabricación artesanal y está elaborado con cuero, lana y metal. Sus dimensiones son de 36.5 cm de ancho y 26 cm de longitud. Es originario de Guriezo, y la comarca cántabra del Asón-Agüera

Se trata de una pieza plana de cuero de silueta curvilínea, salvo el borde inferior que es recto; en la zona superior, se rematan los extremos con sendos picos redondeados.

En el centro lleva superpuestas dos piezas, también de cuero y con los bordes lobulados: una central y delantera y otra trasera que sobresale de esta, en ambos lados, en forma de hoja.

El conjunto está tachuelado con remaches metálicos, que aparte de unir las piezas, tienen una función ornamental, creando motivos geométricos y vegetales. Todo el contorno de cuero está rematado con un doble pespunte. Del borde inferior cuelga un conjunto de borlas de lana de color rojo intenso, que además de ser un elemento decorativo, sirven para espantar a las moscas del ganado.

Este pieza servía (como hemos comentado en este artículo, en lo relativo a su utilidad) para proteger la frente de los bueyes de la presión y el roce de la coyunda, y espantar las moscas del ganado cuando estaba uncido.

Además de su funcionalidad, los frontiles también tenían un uso meramente ornamental, puesto que eran empleados en ferias o fiestas de gala donde se presentaba al animal, engalanándole con estos adornos, como se puede atestiguar a través del escrito que nos narra el autor del artículo de El Ferial de Maliaño: "Llegando el segundo domingo del mes todos teníamos la misma intención: el ferial. Unos para llevar el ganado previsto, andando desde sus cuadras, llevando del ramal la vaca con la ubre bien henchida, la novilla lustrosa y rellena de carnes, el jato con la prisión o cebilla, la pareja de tudancas bien apretada al yugo con las coyundas y luciendo los frontiles "de feria" (de gala), arreando el dueño con la aguijada su cansino andar..." (MERINO HOYAL, 2013, p.84).

El frontil ejercía un papel esencial y preciso: cubrir la testuz, parte superior de la frente del animal (vacas duendas, bueyes, toros...), con el fin de aumentar sus posibilidades de tracción  y evitar que toda la fuerza que ejercía al tirar de los carros u otros sistemas de transporte, recayese directamente sobre la parte superior de su cabeza, o se rozase con la coyunda generándole heridas; esta función era también compartida por las melenas, incluso en algunas zonas, ambos términos, frontiles y melenas, participan de la misma definición. A nuestra pieza del mes, se suma, además otra misión: espantar las moscas del ganado.

Los frontiles siempre eran dos piezas idénticas que se colocaban a las dos vacas o bueyes que se uncían a los carros, con la ayuda indispensable del yugo "cornal" al que iban amarrados. Este yugo, fijado al carro antes de atar a la pareja, iba sujeto a los cuernos con una soga o coyunda y no al cuello, como sucede con otras variantes de yugos.

Son muchos los tipos y variados los materiales con los que se realizan los frontiles a los largo y ancho de nuestro país.

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Un 'tenebrario', candelabro relacionado antiguamente con la liturgia en Semana Santa, pieza del mes de abril en el 'Metcan'

Un tenebrario (en la foto de esta noticia) ha sido elegida 'pieza' del mes de abril en el Museo Etnográfico de Cantabria (Metcan), con sede en Muriedas.

Historia de esta pieza, y su contexto histórico y cultural

El Oficio de Tinieblas u Officium tenebrarum es el servicio litúrgico del oficio divino, dentro del rito romano, que se llevaba a cabo en los tres últimos días de la Semana Santa.

Dado que este rezo se enmarcaba dentro de la Liturgia de las Horas, de jueves, viernes y sábado, en ese momento, es decir, durante la conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, se anticipaba a la víspera.

Tenía, por lo tanto, la particularidad de hacerse al atardecer, en "tinieblas", de ahí su nombre. Actualmente, este oficio como tal ha desaparecido salvo en contadas congregaciones y parroquias, siendo lo más habitual la adaptación de algunas de las antiguas particularidades en el ordo del Vaticano II, con el fin de transmitir y de ayudar a comprender el simbolismo de la luz en la noche de Pascua.

La celebración del oficio giraba en torno a un objeto, el tenebrario, instalado en el presbiterio. Este candelabro de forma triangular presentaba las quince velas que se iban apagando progresivamente, lo mismo que las luces del templo, después del canto de los salmos y las lamentaciones del profeta Jeremías (650-585 a.C.).

El rito se iniciaba por la vela situada en el ángulo inferior derecho, apagándose el resto al final de cada salmo, alternativamente a uno y otro lado del candelabro; dado que había nueve salmos en los Maitines y cinco en las Laudes, al final sólo quedaba encendida la vela del vértice superior, la más alta del triángulo, que solía ser blanca, en contraposición al resto, de color amarillo.

Entonces, se cantaba el Miserere, a la vez que se ocultaba el tenebrario detrás del altar, simbolizando la entrada de Jesús en la sepultura y la consiguiente sumisión en la oscuridad de la Iglesia, en espera de la luz que surgiría en la Vigilia Pascual. Una vez finalizado el salmo penitencial, el clero y los fieles producían estrepitosos sonidos provistos de carracas, matracas y malucos, simulando la conmoción y los estremecimientos que acontecieron a la naturaleza al morir Jesucristo; la sonoridad cesaba repentinamente al reaparecer la luz trasladada por el tenebrario de detrás del altar, símbolo del resucitado.

Según recoge Juan Mabillon (1632-1707), la utilización de un objeto similar en la liturgia de Semana Santa aparece ya mencionada en un ordo del siglo VII. Desde entonces, el modelo no haría sino evolucionar, variando el número de velas desde siete, nueve, doce, veinticuatro y hasta treinta, configurándose para acoger quince desde, al menos, el año 1912. Además, a lo largo de este complejo proceso, y tal como ocurrió con otros elementos del mobiliario litúrgico, el tenebrario recibió la atención de los orfebres y carpinteros más afamados del momento, convirtiéndose en verdaderas obras de arte.

Las interpretaciones, respecto a su simbolismo, son divergentes: para unos, el triángulo en sí representa la muerte de Jesucristo en la cruz y, para otros, la Santísima Trinidad. Así, en la primera lectura, las quince velas representarían a los once apóstoles (Simón, Santiago el Mayor, Andrés, Juan, Felipe de Betsaida, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el Menor, Judas Tadeo y Simón el Cananeo), a las tres Marías (María de Cleofás, María Magdalena y María Salomé), es decir, quienes acompañaron a Jesús el día de la crucifixión, situando a la Virgen María en el vértice por ser la única que creyó en la Resurrección; la extinción gradual de las velas tiene que ver con la fe menguante de apóstoles y discípulos. Hay, incluso, quien modifica esta estructura concediendo a Cristo la vela más alta.

Sobre el objeto en cuestión

Este candelabro, tipo 'tenebrario', elegido como pieza del mes de abril en el Museo, posee una autoría desconocida, y está realizado con madera de roble y hojalata según la técnica del torneado. Llegó al Museo por donación en 1997 procedente de Entrambasaguas, en la hermandad de Campoo de Suso.

Tiene 4 cm de altura, 137 cm de longitud, 79,5 cm de anchura.

Es un útil formado por un bastidor de madera en forma de triángulo equilátero, de cuya base parte un pie torneado y alto que, a su vez, descansa sobre una superficie triangular y tres patas.

En el vértice y los lados inclinados del triángulo, se han fijado escalonadamente quince canutillos de hojalata, donde se colocarían las velas. Las únicas concesiones decorativas las componen la sencilla moldura biselada en el recorrido del frente triangular y el contorno irregular concéntrico del pie.

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Una máquina de coser 'Singer' de 1900, 'Pieza del Mes' de marzo en el Museo Etnográfico de Cantabria

Una máquina de coser 'Singer' fabricada en 1900 que custodia el Museo Etnográfico de Cantabria (METCAN), con sede en Muriedas, en la sala dedicada a la producción doméstica textil, es la 'Pieza del Mes' en este espacio cultural.

Adentrándonos previamente en el contexto y en un mes que comienza dedicado a la mujer -nos cuentan desde el Museo- se ha de destacar que la producción textil era una actividad casi exclusivamente femenina, de uso cotidiano que se llevaba a cabo en el ámbito doméstico de la casa, donde se confeccionaba un sinfín de prendas de vestir y de elementos para el hogar. Con esta tradición que las mujeres aprendían desde la infancia, transmitida de madres a hijas, no es de extrañar que la incorporación de la mujer al mundo laboral, se encuentre asociado principalmente a la manufactura y la industria textil.

Con la Revolución Industrial la producción textil pasa del ámbito doméstico al espacio fabril y será en las fábricas textiles, dentro del sector de la confección, donde se comenzará a contar con las mujeres para el manejo de las máquinas de coser.

El cambio que supuso incorporar este invento dentro de las fábricas de confección y la contratación de género femenino para realizar estos trabajos, con unos salarios muy inferiores a los del hombre, redujo personal y abarató considerablemente los costes de manufactura de las confecciones de tela en serie. Esto trajo consigo un mayor beneficio gracias al incremento de la producción en un tiempo considerablemente inferior. El invento de la máquina de coser a mediados del siglo XIX, supondrá una de las mayores transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y culturales de nuestra historia.

Que la actividad textil en la sociedad preindustrial fuera tradicionalmente desarrollada por la mujer, hizo posible que, en una época en la que no estaba bien visto que trabajara fuera de casa, pudiera ejercer el oficio de costurera para ayudar en la economía familiar. El frecuente uso de la máquina de coser dentro de la vivienda, supuso un antes y un después para ellas, siendo una fuente potencial generadora de empleo.

Aunque se hace difícil concretar cuando se crea la primera máquina de coser, la marca Singer surge con el judío Isaac Merrit Singer, su fundador.

Será en la Exposición de Londres de 1851, donde se presenta por primera vez una máquina de coser suya. Se trata de un modelo  inspirado y realizado a partir de las primeras máquinas que en ese momento ya habían sido creadas por el francés Thimonnier entre 1829 y 1830,  y más tarde, en 1834, por el estadounidense  Howe. La novedad de Singer, que estaba al tanto de los inventos anteriores, es la incorporación de una serie de modificaciones que se revelarían como muy importantes, centrándose principalmente en el mecanismo del movimiento de la aguja, haciendo que esta se moviera de arriba a abajo a través de un pedal y no con la manivela de forma manual.

La mentalidad empresarial de Singer, sabedor de la dificultad de vender a los "cabeza de familia" un artilugio caro para la confección de prendas que sus mujeres hacían "gratis en casa", le llevó a difundir por Estados Unidos el método de venta a plazos y la figura del vendedor ambulante. El "compre ahora y pague después", trajo para muchos hogares la posibilidad de incrementar sus ingresos con la máquina de coser.

A pesar de las ventas históricas que alcanzó la casa Singer al entrar en el siglo XX, en España, a finales del siglo XIX, la máquina de coser aún eran un artículo de lujo solo al alcance de las clases más privilegiadas.

Su uso no se generalizará hasta los años 30 del siguiente siglo, época en la comenzarán a multiplicarse los talleres de costura. Con el estallido de la Guerra Civil y hasta pasada la mitad del siglo XX, se detiene la llegada de las máquinas de coser Singer y habrá que abastecerse de otras nuevas como Agfa o las españolas Alfa, Sigma y Elna.

Desde la primera máquina de coser Singer, con el paso de los años han ido variando y evolucionando las características, calidades, materiales y los diferentes usos específicos.

La máquina de coser que se exhibe en el Museo es la Singer Sphinx o también conocida por la Singer Memphis, modelo 27 'vibrating shuttle', manufacturada en Inglaterra entre los años 1891 y 1913. La Singer del museo concretamente, según su número de serie, fue fabricada entre enero y junio de 1900.

En cuanto a los elementos decorativos de la Singer, estamos ante la Sphinx axa Memphis: Egyptian, que sigue un patrón de motivos ornamentales con una esfinge alada también conocida comúnmente como modelo Memphis. Estas decoraciones son fáciles de encontrar en las populares máquinas de coser Singer modelo 27 y 15 principalmente.

La ornamentación, claramente evoca el antiguo Egipto con una combinación de dibujos geométricos y vegetales entre los que podemos encontrar el nombre de la marca entrelazada con dichos adornos; en la parte superior lleva la inscrpción: The Singer Manufacturing Cº, Manufactured in Great Britain.

DESCRIPCIÓN: Máquina de coser SINGER, manual de pedal, empotrada en una mesa con tablero de madera con un ala a un lateral y cajón a ambos lados. Este tablero apoya en una estructura de hierro de color negro que lleva un pedal calado en la base. Tiene una caja de madera para proteger la máquina, con asideros en los lados menores. La máquina de coser es de color negro con decoraciones en color dorado con motivos egipcios.

USO/FUNCIÓN: Unir piezas de tela.

PROCEDENCIA: Santander.

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Una basna de madera de haya procedente de Tudanca, pieza del mes de agosto del Etnográfico de Muriedas

Una basna de madera de haya procedente de Tudanca que sirve para acarrear la hierba se ha designado como pieza del mes de agosto del Museo Etnográfico de Muriedas (ubicado en la Casa natal de Pedro Velarde).

La basna es un ingenioso medio de transporte de arrastre sin ruedas uncida a animales de carga que sirve para acarrear la hierba. Era utilizada ahí donde no podía acceder el carro de ruedas, aunque con una capacidad de carga inferior a este. A diferencia de otros vehículos de arraste de semejante tipología, como pueden ser la narria o el corzón, se diferencia de ellos por presentar una estructura más flexible. Está fabricada en madera de haya.

El jorcao, gran horca de madera que puede alcanzar hasta 2,25 metros de longitud y 1,90 metros de anchura, es el armazón de la pieza.  Al jorcao se le añaden lastarmás (de mullir o de encabezar), en número de diez, que componen el envoltorio que servirá para colocar la hierba. Esta estructura se completa con el veguillo, madera larga que hace de eje y se unce por medio de cuerdas a los bueyes. La unión de las diferentes partes se realiza mediante meticulosas y complejas ataduras, de vara de avellano, denominadas peales y podreyos. La disposición de la hierba sobre la basna, también requería de una técnica y atención peculiar.

Del llamativo trabajo con esta pieza se hicieron eco autores como José María de Cossío, José María de Pereda, Miguel de Unamuno o Adriano García Lomas, todos ellos destacaron la rusticidad a la par que la estructura ingeniosa de este "carro sin ruedas".

El verano es tiempo de siega. Esta tarea fundamental en la vida agrícola era, si cabe, más costosa en nuestra región, al tener que hacer frente a una más que difícil orografía; a la siega, había que sumar, entre otras faenas, el fatigoso transporte de la hierba. Este proceso reviste su particularidad en algunos valles, como el Nansa y más concretamente en el municipio de Tudanca, con los pueblos de Tudanca, Sarceda, La Lastra y Santotís, donde el arraigo de una institución de ayuda mutua, el "prau concejo", permitía el aprovechamiento de un prado comunal mediante el sistema de siega,  previo sorteo entre los vecinos; esta labor era adjudicada a diferentes miembros del concejo por medio de un sistema de reparto de porciones de terreno o "suertes", tantas como vecinos, que se sortean después entre cada uno de ellos, consiguiéndose así, un aporte importante a la escasa economía campesina.

El comienzo de la siega era todo un rito iniciado con una fiesta a la que asistían los vecinos para contemplar el acontecimiento. Nuestra pieza del mes, exclusiva de la zona que tratamos, era el instrumento que utilizaban para cargar la hierba recién segada y trasladarla al pueblo. Un terreno abrupto y de acusadas pendientes, impedía el uso del carro, motivo por el que la basna se convirtió en la herramienta fundamental que permitía salvar estos impedimentos, actuando como si de un trineo se tratara.

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El Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas destacada su portalada de acceso como pieza del mes de febrero

El Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas destaca como pieza del mes de febrero la portalada de acceso a estas instalaciones, ejemplo de la arquitectura civil montañesa y símbolo de la casa del capitán Pedro Velarde y su linaje. Desde el Museo explican que con motivo de la celebración este 2016 de su 50 aniversario quieren presentar piezas únicas que simbolicen nuestro patrimonio, pero también retales de la propia historia del museo.

Las portaladas, también conocida como portadas o puertas, son características de las casonas montañesas, ejemplos de casas solariegas representativas de la región. Estas edificaciones eran las viviendas de los hidalgos viejos de La Montaña y pueden ser contempladas hoy en día en toda la geografía cántabra, siendo una de las más representativas la casa de Velarde que alberga nuestro museo. Son edificaciones de planta rectangular con paredes de sillería o mampostería que destacaban por sus soportales de entrada formados por arcadas o pórticos adintelados.

Las casonas montañesas eran viviendas habituales de la hidalguía y no lugares de ocio y de retiro. Estaban formadas por diferentes espacios, organizados en función del uso al que estaban destinados (área de producción, área de vivienda, etc.). Toda casona montañesa que se preciase disponía de un amplio solar circundante. Dicho espacio adjunto podía estar cercado o no, en caso afirmativo disponía de corralada, un área cerrada por muro de mampostería o sillería que delimitaba los terrenos y en cuyo interior se erigía la propia casa, así como el resto de dependencias: los cobertizos, el establo, la huerta, el hórreo, el pajar, el "colgadizo", el corral, el horno, la "zaurda", etc.

La portalada era el acceso a las corraladas. Se trataba de un emblema distintivo de las casas solariegas, como señala Miguel Ángel Aramburu-Zabala (2001: 63) destinada a "funciones nobles", por lo que labores del día a día como introducir el estiércol no se llevaban a cabo a través de esta entrada. La ornamentación era común en estos accesos a la corralada, pudiendo encontrar motivos triunfales, referencias a la hidalguía y al papel social de los propietarios (principalmente escudos de armas que relacionaban a las familias con los espacios constructivos y publicitaban el propio linaje), temas religiosos (cruces), o arcos triunfales de tipo clásico. En Cantabria las portaladas más antiguas conservadas datan del siglo XVI.

Recientemente restaurada, la portada del METCAN fue mandada construir por Juan Antonio Velarde y Puente, abuelo del capitán Velarde, a mediados del siglo XVIII junto con los tapiales y la cerradura de la finca, es decir, años después de la finalización de la casa (erigida a finales del siglo XVII por José de Velarde y Velarde).

Hoy en día no se encuentra en su posición original ya que fue adelantada unos metros para ganar terreno a la finca. El conjunto está formado por dos cuerpos con piedra de sillería. El cuerpo más bajo se articula con sendas pilastras que flanquean un arco de medio punto; la puerta es de roble con cuarterones y herrajería. A continuación, se observa una cornisa de piedra que separa ambos cuerpos. El segundo volumen recoge el escudo de armas enmarcado en un friso. Esta estructura sostiene un frontón partido en cuyo vértice se ha esculpido una cruz.

Lamentablemente el escudo de la familia Velarde que engalanaba la puerta se encuentra muy erosionado a causa del "mal de piedra", apenas distinguiéndose el yelmo que la timbra y los leones de soporte que lo flanquean, pero gracias a Mateo Escagedo Salmón sabemos cómo estaba conformado este escudo mantelado con gules y tres luses de plata puestas en ángulo, oro y águila negra y plata, en medio de un árbol verde. A la diestra una sierpe alada del mismo color y cerca de ella dos perros que parece que la embisten, manchados de sable, gules y pardo; a la siniestra del árbol, un caballero morado y sable, con lanza que atraviesa la cabeza y cuello de la sierpe; en lo alto del cuartel una doncella. Orla de plata, y el lema de sable. "ESTE ES EL VELARDE QUE LA SIERPE MATÓ, Y CON LA INFANTA CASÓ".

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La fotografía de 1912 "Feliz encuentro" de Julio G.de la Puente, pieza de Julio, en el Etnográfico de Cantabria (Muriedas)-(AUDIO)

La fotografía “Feliz Encuentro” de Julio García de la Puente es la pieza destacada del mes de Julio en el Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas. Tomada en el año 1912 fue donada al Museo el 20 de Marzo de 2014 y con esta distinción se quiere poner en valor la imagen como documento imprescindible para el historiador, una forma más de conocer nuestro pasado y comprender el presente. Esta fotografía forma parte de la edición de dos series de postales, "Peñas arriba" y "El sabor de la tierruca",  medio rápido para darse a conocer en aquella época. La historia que hay detrás de esta fotografía la cuenta en Radio Camargo, Amparo López, Directora del Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas. 

De esta postal pueden extraerse varios temas: la mujer, el trabajo del campo, la vida social, el cortejo, el noviazgo o los sistemas constructivos. En la imagen se puede ver una pareja de campesinos que, según se da a entender en el título, se han encontrado casualmente en la fuente, antiguo lugar de vida social por excelencia, de conversación, confidencias y hasta cortejo. También puede interpretarse como una pareja de novios o un joven matrimonio que han parado a descansar en la fuente. En la fotografía se pueden apreciar los detalles de la indumentaria, calzado, tocado, peinado y otros complementos, como el palo que sujeta él en las manos para el ganado. Junto a ellos se encuentra la pareja de bueyes uncidos por el yugo, sobre el que descansa el arado. Tras ellos se extiende el prado, separado por el tradicional muro de piedra seca. Los elementos presentes, son fiel reflejo de las ocupaciones más corrientes de Cantabria: la ganadería y la agricultura.

Julio García de la Puente es, sin duda, uno de los primeros y más importantes fotógrafos con los que cuenta Cantabria para conocer su pasado. Nace un 27 de mayo de 1869 en Valladolid, pero durante un tiempo residirá en Reinosa, lo que le ayudará a centrar su obra en la comarca de Campoo. Formó parte de la Real Sociedad Fotográfica y ganó numerosos premios en concursos nacionales de fotografía gracias a sus imágenes captadas en los pueblos cántabros. Además documentó episodios históricos, como la visita de la Familia Real a Santander a principios del siglo XX. Tras una vida dedicada a la fotografía, fallece en Vitoria el 19 de julio de 1955, dejando un valioso testimonio de las tradiciones cántabras que aún podían encontrarse en su época, puesto que su trabajo fue reflejo de los profundos cambios y la tensión ideológica que la revolución industrial estaba provocando en el medio rural de toda Europa.

Tuvo ocasión de investigar, recuperar y divulgar el patrimonio etnográfico y artístico de Campoo y del resto de Cantabria, fotografiando sus paisajes, costumbres y tradiciones. Para Julio García de la Puente la sociedad contemporánea con sus avances en el sector industrial y la llegada del ferrocarril, suponía la extinción de las tradiciones y costumbre propias, al ser reemplazadas por estas nuevas influencias externas. Bécquer ya hacía referencia a estos cambios: "a medida que la palabra vuela por los hilos telegráficos, que el ferrocarril se extiende, la industria se acrecienta y el espíritu cosmopolita de la civilización invade nuestro país, va desapareciendo de él sus rasgos característicos, sus costumbres inmemorables".

Por esta razón, de la Puente, utiliza la fotografía como una prueba histórica y etnográfica más, capaz de documentar el paisaje y las formas de vida y no dejándolas desaparecer de la memoria  colectiva. Este pensamiento era compartido por numerosos fotógrafos europeos desde finales del XIX, generando un movimiento en el que se dota, por primera vez, a las fotografías de temática social, vida cotidiana y experiencias de la gente sencilla, del valor documental del que hasta entonces carecían, frente al antiguo pensamiento que consideraba estas escenas casi grotescas.

Es uno de los principales representantes del pictoralismo en Cantabria. García de la Puente retrató el folclore de la comarca de Campoo de una forma idealizada y nostálgica, que la convierten en casi teatralizada, ya que sus personajes pertenecen a un mundo idílico. En sus instantáneas nos encontramos con unas formas de vida condenadas a transformarse o desaparecer, una visión entre la realidad y el deseo. A la hora de componer una imagen, tuvo especial preocupación en la colocación de los personajes y de dotar al conjunto de la iluminación adecuada, motivo por el que su resultado final, nos recuerda al arte pictórico. Aunque esos personajes son gente humilde, se engrandecen al ser inmortalizados en sus labores y ocios cotidianos.

Hay que destacar que la inspiración del autor, en muchas de sus imágenes, procedía de la literatura de José María de Pereda, para el cual llegó a ilustrar dos obras: "Peñas Arriba" (1885) y "El sabor de la tierruca" (1882), cuyo contenido trata del idilio y costumbres montañesas.

NOTA: Puedes ampliar esta información escuchando en nuestra sección de PODCAST la entrevista realizada por Sonia Ortiz a Amparo López, Directora del Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas que cuenta la historia que hay detrás de esta fotografía "Feliz Encuentro". 

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Un "colador del pastor" de 1970, pieza del mes de junio en el Museo Etnográfico de Cantabria en Muriedas

Como saben, el Museo etnográfico de Cantabria, con sede en Muriedas, homenajea mes a mes a nuestra cultura, nuestra historia, nuestro patrimonio y legado, convirtiendo en protagonista a un utensilio, una herramienta, una pieza, un valor (material o inmaterial). Este mes de junio la distinción ha recaído en un 'colador de pastor' de 1970...

Este colador (EN LA FOTO DE ESTA NOTICIA) se compone de dos piezas unidas por un cordel. La primera pieza consiste en un cuerno de vaca vaciado y cortado transversalmente, tanto en su parte inferior como superior, presentando de esta manera un orificio de entrada y otro de salida. La segunda pieza consiste en un vástago de hueso que presenta en su extremo un pequeño tronco de cono invertido, que sirve para sujetar las cerdas de caballo al vástago. Fue adquirido en la Hermandad de Campoo de Suso, e ingresó en el Museo en el año 1970.

Contamos la historia de este útil de nuestro pasado....

Entre los elementos que utilizaban los pastores encontramos, en efecto, el colador, elemento portátil, pensado para que éstos lo pudiera llevar encima sin ninguna molestia, siendo a la vez higiénico, fácil de manejar y guardar.

Este colador suponía una forma muy sencilla de filtrar la leche, para lo cual, se introducía primero el vástago de cerdas de caballo en el cuerno vaciado para, posteriormente, verter la leche. Por el mismo efecto de la gravedad la leche caía hacia el orificio inferior pasando por las cerdas de caballo que son, junto con las cerdas de rabo de vaca, un elemento excelente para la limpieza de la leche, al retener cualquier impureza que ésta pueda contener.

Y es que con el mes de junio se aproxima la fecha para realizar uno de los procesos que más caracterizan a la sociedad rural tradicional cántabra: el ascenso de los rebaños a los puertos de montaña altos para que permanezcan en las majadas y brañas, donde pastarán hasta la llegada del frío, cuando de nuevo iniciarán el descenso a los valles y zonas bajas.

Entre las ricas y variadas adaptaciones de la población cántabra al terreno, cabe destacar una figura relevante en todas ellas, la figura del pastor.

Tenemos que tener presente que a lo largo de los siglos la ganadería ha supuesto la base económica de este territorio, motivo por el que es fácil entender que la gran mayoría de sus habitantes dedicaran gran parte de su tiempo a esta labor, lo que inevitablemente conduce al desarrollo cultural del fenómeno pastoril.

Esta clara tradición pastoril es fundamental para entender el desarrollo histórico de La Montaña, presente en las diferentes épocas históricas y permite la inserción de los tradicionales hábitos y costumbres en el desarrollo de las mismas, configurando de esta manera una cultura propia y original.

La actividad pastoril se caracteriza mayoritariamente, excluyendo el típico sistema denominado nomadismo pasiego, por una trashumancia estacional en pastos de tipo alpino y pre- alpino, en Sejos, Palombera, Áliva, Trulledes, Riofrío, Pineda, La Matanela, El Potillo de Ocejo y otros puertos de la región.

En este tipo de ganadería la existencia de "puertos" de montaña marca el desarrollo de la actividad ganadera y pastoril.

Hacia mediados de junio la cabaña bovina era subida a los puertos para pasar el periodo estival, motivo por el que, hasta finales de los años sesenta del pasado siglo, se mantuvo la institución del pastor.

La antropología enseña que nada ocurre por casualidad en el mundo de las actividades productivas y de las tradiciones humanas.

El sistema de trashumancia responde a una de las formas adaptativas de las diversas comarcas cántabras frente a los diferentes recursos que el territorio les proporciona.

Responde a una clara finalidad: la mayor productividad con el mayor aprovechamiento de los recursos a su alcance, reduciendo, en la medida de lo posible, los esfuerzos humanos.

El sistema de trashumancia estacional es considerado por los  expertos como el más antiguo, con un código de carácter consuetudinario en el que los derechos de la comunidad superan los individuales.

El pastor representa la figura del árbitro entre la comunidad y la individualidad; es la persona que de forma neutra y profesional cuida a todos los animales por igual, recibiendo a cambio de este trabajo, un pago en forma de especie.

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